Bellas
Durmientes parte del imaginario de los cuentos de hadas, los cuales
molden nuestra personalidad desde pequeñas/os. La Bella
Durmiente, recogida por los hermanos Grimm (siglo XIX),
es uno de los relatos favoritos de millones de niñas en el mundo
occidental. La princesa blanca y rubia que duerme durante 100 años,
esperando ser despertada por el beso de un valiente príncipe, vida
detenida que se acciona por un hombre.
Y
si a esto se le suma que muchos de estos cuentos han sido re-escritos
en el siglo XIX, cuando el rol de la mujer era muy diferente al de esta
época, nos estamos identificando con una imagen de siglos anteriores,
en dónde el género femenino asumía un papel de total
sumisión con respecto al masculino. Si bien algunos de ellos se
han re-escrito entre los años 70 y 90, reflejando una reparto de
roles más adecuado al de nuestro siglo, la difusión de estas
versiones no ha tenido el alcance de las anteriores.
La realidad de muchas mujeres tanto en España como en cualquier
otro país del mundo contradice el mensaje de estos cuentos: su
experiencia de la vida en pareja es una verdadera pesadilla, sus maridos,
novios o amantes masculinos ejercen el rol hegemónico con violencia,
siendo maltratadas de forma sistemática y en el peor de los casos,
siendo asesinadas.
Por los hermanos Grimm
Hace muchos años
vivían un rey y una reina quienes cada día decían:
"¡Ah, si al menos tuviéramos un hijo!" Pero el
hijo no llegaba. Sin embargo, una vez que la reina tomaba un baño,
una rana saltó del agua a la tierra, y le dijo: "Tu deseo
será realizado y antes de un año, tendrás una hija."
Lo que dijo la rana se hizo realidad, y la reina tuvo una niña
tan preciosa que el rey no podía ocultar su gran dicha, y ordenó
una fiesta. Él no solamente invitó a sus familiares, amigos
y conocidos, sino también a un grupo de hadas, para que ellas fueran
amables y generosas con la niña. Eran trece estas hadas en su reino,
pero solamente tenía doce platos de oro para servir en la cena,
así que tuvo que prescindir de una de ellas.
La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor, y cuando
llegó a su fin, las hadas fueron obsequiando a la niña con
los mejores y más portentosos regalos que pudieron: una le regaló
la Virtud, otra la Belleza, la siguiente Riquezas, y así todas
las demás, con todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.
Cuando la décimoprimera de ellas había dado sus obsequios,
entró de pronto la décimotercera. Ella quería vengarse
por no haber sido invitada, y sin ningún aviso, y sin mirar a nadie,
gritó con voz bien fuerte: "¡La hija del rey, cuando
cumpla sus quince años, se punzará con un huso de hilar,
y caerá muerta inmediatamente!" Y sin más decir, dio
media vuelta y abandonó el salón.
Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún
no había anunciado su obsequio, se puso al frente, y aunque no
podía evitar la malvada sentencia, sí podía disminuirla,
y dijo: "¡Ella no morirá, pero entrará en un
profundo sueño por cien años!"
El rey trataba por todos los medios de evitar aquella desdicha para la
joven. Dio órdenes para que toda máquina hilandera o huso
en el reino fuera destruído. Mientras tanto, los regalos de las
otras doce hadas, se cumplían plenamente en aquella joven. Así
ella era hermosa, modesta, de buena naturaleza y sabia, y cuanta persona
la conocía, la llegaba a querer profundamente.
Sucedió que en el mismo día en que cumplía sus quince
años, el rey y la reina no se encontraban en casa, y la doncella
estaba sola en palacio. Así que ella fue recorriendo todo sitio
que pudo, miraba las habitaciones y los dormitorios como ella quiso, y
al final llegó a una vieja torre. Ella subió por las angostas
escaleras de caracol hasta llegar a una pequeña puerta. Una vieja
llave estaba en la cerradura, y cuando la giró, la puerta súbitamente
se abrió. En el cuarto estaba una anciana sentada frente a un huso,
muy ocupada hilando su lino.
"Buen día, señora," dijo la hija del rey, "¿Qué
haces con eso?" - "Estoy hilando," dijo la anciana, y movió
su cabeza.
"¿Qué es esa cosa que da vueltas sonando tan lindo?"
dijo la joven.
Y ella tomó el huso y quiso hilar también. Pero nada más
había tocado el huso, cuando el mágico decreto se cumplió,
y ellá se punzó el dedo con él.
En cuanto sintió el pinchazo, cayó sobre una cama que estaba
allí, y entró en un profundo sueño. Y ese sueño
se hizo extensivo para todo el territorio del palacio.
El rey y la reina quienes estaban justo llegando a casa, y habían
entrado al gran salón, quedaron dormidos, y toda la corte con ellos.
Los caballos también se durmieron en el establo, los perros en
el césped, las palomas en los aleros del techo, las moscas en las
paredes, incluso el fuego del hogar que bien flameaba, quedó sin
calor, la carne que se estaba asando paró de asarse, y el cocinero
que en ese momento iba a jalarle el pelo al joven ayudante por haber olvidado
algo, lo dejó y quedó dormido. El viento se detuvo, y en
los árboles cercanos al castillo, ni una hoja se movía.
Pero alrededor del castillo comenzó a crecer una red de espinos,
que cada año se hacían más y más grandes,
tanto que lo rodearon y cubrieron totalmente, de modo que nada de él
se veía, ni siquiera una bandera que estaba sobre el techo. Pero
la historia de la bella durmiente "Preciosa Rosa", que así
la habían llamado, se corrió por toda la región,
de modo que de tiempo en tiempo hijos de reyes llegaban y trataban de
atravesar el muro de espinos queriendo alcanzar el castillo. Pero era
imposible, pues los espinos se unían tan fuertemente como si tuvieran
manos, y los jóvenes eran atrapados por ellos, y sin poderse liberar,
obtenían una miserable muerte.
Y pasados cien años, otro príncipe llegó también
al lugar, y oyó a un anciano hablando sobre la cortina de espinos,
y que se decía que detrás de los espinos se escondía
una bellísima princesa, llamada Preciosa Rosa, quien ha estado
dormida por cien años, y que también el rey, la reina y
toda la corte se durmieron por igual. Y además había oído
de su abuelo, que muchos hijos de reyes habían venido y tratado
de atravesar el muro de espinos, pero quedaban pegados en ellos y tenían
una muerte sin piedad. Entonces el joven príncipe dijo:
-"No tengo miedo, iré y veré a la bella Preciosa Rosa."-
El buen anciano trató de disuadirlo lo más que pudo, pero
el joven no hizo caso a sus advertencias.
Pero en esa fecha los cien años ya se habían cumplido, y
el día en que Preciosa Rosa debía despertar había
llegado. Cuando el príncipe se acercó a donde estaba el
muro de espinas, no había otra cosa más que bellísimas
flores, que se apartaban unas de otras de común acuerdo, y dejaban
pasar al príncipe sin herirlo, y luego se juntaban de nuevo detrás
de él como formando una cerca.
En el establo del castillo él vio a los caballos y en los céspedes
a los perros de caza con pintas yaciendo dormidos, en los aleros del techo
estaban las palomas con sus cabezas bajo sus alas. Y cuando entró
al palacio, las moscas estaban dormidas sobre las paredes, el cocinero
en la cocina aún tenía extendida su mano para regañar
al ayudante, y la criada estaba sentada con la gallina negra que tenía
lista para desplumar.
Él siguio avanzando, y en el gran salón vió a toda
la corte yaciendo dormida, y por el trono estaban el rey y la reina.
Entonces avanzó aún más, y todo estaba tan silencioso
que un respiro podía oirse, y por fin llegó hasta la torre
y abrió la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa
estaba dormida. Ahí yacía, tan hermosa que él no
podía mirar para otro lado, entonces se detuvo y la besó.
Pero tan pronto la besó, Preciosa Rosa abrió sus ojos y
despertó, y lo miró muy dulcemente.
Entonces ambos bajaron juntos, y el rey y la reina despertaron, y toda
la corte, y se miraban unos a otros con gran asombro. Y los caballos en
el establo se levantaron y se sacudieron. Los perros cazadores saltaron
y menearon sus colas, las palomas en los aleros del techo sacaron sus
cabezas de debajo de las alas, miraron alrededor y volaron al cielo abierto.
Las moscas de la pared revolotearon de nuevo. El fuego del hogar alzó
sus llamas y cocinó la carne, y el cocinero le jaló los
pelos al ayudante de tal manera que hasta gritó, y la criada desplumó
la gallina dejándola lista para el cocido.
Días después se celebró la boda del príncipe
y Preciosa Rosa con todo esplendor, y vivieron muy felices hasta el fin
de sus vidas.
FIN
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