10.000 expectativas
sin recompensa
Tomás Ruiz-Rivas
Cumbre sobre la institución museal
en
UNIA – sede Antonio Machado, Baeza
Del 15 al 18 de diciembre de 2006
La reunión de tantas y tan brillantes figuras del pensamiento
artístico actual es algo excepcional en nuestro país,
y representa un esfuerzo que merece todos los elogios. Hay que reconocer
el mérito de la ADACE (1),
y creo que la respuesta de la comunidad artística fue proporcionada
al trabajo invertido por los organizadores, porque cada día más
de 200 personas llenaron el aula magna del Palacio de Jabalquinto, y
muchos de los asistentes pagamos la inscripción y demás
gastos de viaje de nuestro bolsillo, aún a costa de reducir la
dieta hipercalórica de las Navidades.
Lo cierto es que el mundo del arte español vive en un estado
de desazón o inquietud permanente, porque es uno de los sectores
de la sociedad donde se muestran con más fuerza los síntomas
de las diversas patologías provocadas por una transformación
socio-política acelerada y en muchos aspectos deforme, que todavía,
30 años después de la muerte del dictador, no consigue
consumarse. Este tipo de encuentros, sobre todo cuando se encabezan
con una alusión crítica, como es la referencia a Marcel
Broodthaers (2), provocan por tanto una natural excitación y
múltiples expectativas: ¿Habrá alguien capaz de
diagnosticar los males del arte español? ¿Se trasladará
al ámbito de lo público aquello que todos reconocemos
en privado? ¿Se va a iniciar un debate valeroso y transparente?
¿Alguien va a poner, en definitiva, algún dedo en alguna
llaga? No hace falta decir que no, que no pasó nada de esto,
ni nada de nada. Los que fueron con esperanzas volvieron con frustraciones,
y la ADACE perdió quizás la oportunidad de activar a la
sociedad civil para un diálogo que es tan necesario para las
instituciones como para los artistas, críticos y mediadores independientes.
Pero empecemos por el principio, para el que no esté al tanto
de nuestros problemas “sectoriales”. La dictadura militar
dejó en España un tejido institucional débil y
en su mayor parte corrupto. En lo que se refiere al arte contemporáneo,
una carencia absoluta de museos y centros, un vacío pedagógico
que abarca del preescolar al doctorado, y un rechazo social, basado
en prejuicios como su extrañeza, su pretenciosidad o su hermetismo,
que aún hoy están plenamente operativos. El problema se
agrava cuando en 1982 ARCO celebra su primera edición, convirtiéndose
al tiempo en la primera institución artística moderna
de la España democrática, y en el centro del sistema artístico,
marginando de nuestro panorama creativo cualquier posición que
no entre en los estrechos márgenes de lo que aquí pueda
ser comercial. Las instituciones vinieron después. A finales
de los 80 se inauguran el Reina Sofía, el MACBA, el IVAM y el
CAAM. En los 90 se suman el CGAC, el EACC, el CCCB y el MEIAC, además
del Guggenheim. Pero la fiesta empieza en realidad a partir del 2.000:
MUSAC, CAB, MAC, Centro Párraga, Centro José Guerrero,
CAC, CAAC, La Panera, Artium, Casa Encendida, Patio Herreriano, CASA,
que se convierte en DA2, MARCO, Esteban Vicente, ampliación del
Reina Sofía, y otros que felizmente desconozco. La ministra de
cultura habló en la apertura del simposio de más de 200
centros de arte, aunque nadie ha podido saber qué clase de instituciones
incluye en esta categoría.
Apreciamos, pues, un desarrollo explosivo, pero no por eso idóneo.
Como señalaban en un documento de Brumaria , el arte español
no crece, sólo engorda. La impresionante red de museos de arte
contemporáneo que se ha levantado en pocos años no parece
capaz de estimular una creación crítica y de calidad,
ni de abrir el arte a un debate social amplio, ni de producir conocimiento
en la manera en que podemos esperarlo de un museo. Antes bien parecen
instituciones lastradas por comportamientos autoritarios y jerárquicos
heredados de otros tiempos, como dio buena muestra doña Carmen
Calvo en su charla-diatriba de apertura del encuentro, desvinculados
de la sociedad, sobre todo de las sociedades locales donde se debe formar
su público y donde deben encontrar su sentido, y en muchos casos
sin más contenido que una reafirmación de la modernidad
que venimos sufriendo desde hace 25 años, expresada en las fachadas
de sus imponentes y carísimas sedes.
Las conferencias y mesas de debate, que fueron en realidad mesas de
conferencias, tuvieron un tono flojo, complaciente con esa institución
museal abstracta que se había presupuesto en crisis; tal fue
la postura de Benjamin Buchloh y Simón Marchán, que ni
se plantearon el ejercicio de poder implícito en la institución,
u orientado a cuestiones tan técnicas como anticuadas, Martin
Jay y Mieke Bal, o simplemente fuera de lugar, como la conferencia sobre
Ligia Clark de Suely Rolnik o la que nos ofreció el substituto
de Roger Buergel, que conseguí olvidar por completo aquella misma
tarde. Como se supone que las grabaciones de las conferencias están
colgadas en algún lugar de Internet, no voy a extenderme en los
contenidos. A mí en general no me interesaron demasiado, y como
muchos otros oyentes tenía la sensación de que los organizadores
y conferenciantes estaban dando vueltas en torno a un tema importante,
la viabilidad del museo de arte contemporáneo y su vigencia como
espacio “emancipador” (sacrifico la precisión terminológica
al espacio), sin atreverse a entrar en materia. En honor a la verdad
he de decir que no pude quedarme a la última mesa, “Hacia
una pedagogía pervertida”, por lo que mis críticas
llegan hasta ahí.
Pero los milagros existen, y yo asistí a uno: la mesa “latina”.
Milagro es que en una mesa con cuatro ponentes los cuatro resulten brillantes,
pero sobre todo pareció sobrenatural, entre tanta media tinta,
complacencia y superioridad, la lección de coherencia, de responsabilidad
intelectual y política y de compromiso con la realidad que uno
detrás de otro nos dieron John Beverley, Ana Longoni, Paulo Herkenhoff
y Gustavo Buntinx. Quien crea que exagero, que piense que John Beverley
fue el primer ponente, aunque su intervención hacía el
número 12, creo, que señaló que el museo opera
como una representación del poder político, y contribuye
a mantener en pie un sistema de diferencias de clase, género,
raza, etc. Hubo un momento, ya en el turno de preguntas, en el que un
oyente solitario sentado al fondo de la sala aclamó con sus aplausos
las radicales posturas de Beverley sobre la recuperación del
comunismo; era Benjamin Buchloh. Ana Longoni nos mostró una práctica
artística legítimamente política, que sabe cómo
y cuándo insertarse en los circuitos institucionales, y cuando
mantenerse en la calle, anónima y combativa. Y no dejó
de mostrar su extrañeza porque en España no haya grupos
como el GAC, que trabajen sobre los torturadores y asesinos de la dictadura
(la pobre no sabe que aquí no hay de eso…). Paulo Herkenhoff
denunció, entre otras muchas cosas, la vinculación entre
las instituciones culturales de Sao Paulo y los procesos de recolonización
interna de Brasil, y nos dio también buenos ejemplos de prácticas
artísticas comprometidas. Y Gustavo Buntinx, por último,
describió la estructura colonial del sistema artístico
peruano y presentó su proyecto “Micromuseo”, único
de carácter alternativo en el encuentro.
En conclusión, no hubo un debate, ni la posibilidad de entablarlo,
sobre la crisis del museo, crisis que en mi opinión está
vinculada a la desaparición de la esfera pública burguesa
y a las recientes transformaciones del capitalismo. No es lugar para
extenderse en estos temas, que por otra parte son tan conocidos que
resulta extraño que los conferenciantes ni se asomasen. El museo
de arte contemporáneo, cada vez más difuminado en instituciones
destinadas un ocio culto, del tipo de la Casa Encendida, no ha dejado
nunca de ser una representación soez del poder del Estado. Más
bien podemos pensar que se ha reforzado esa función, y que se
expande a la representación del poder de las grandes corporaciones,
capaces de levantar o mantener instituciones culturales. Sin entrar
en la forma como se produce discurso, sólo el edificio imponente,
el patrimonio incalculable de las colecciones, el aparato burocrático
y hasta las estrictas medidas de seguridad que rodean a los dispositivos
de exhibición, determinan muy bien las posiciones de cada uno
en la sociedad y nos recuerdan quién puede ejercer la violencia
y quién no.
Creo que el término más estrepitosamente omitido en este
encuentro fue “Público”. Tanto por su importancia
como forma social con capacidad de activación política,
que atraviesa las diferencias de clase, género, raza, etc. como
por ser uno de los conceptos más utilizados y debatidos en las
teorías culturales y políticos desde la publicación
del famoso libro de Habermas sobre la esfera pública, hace ya
45 años. Los expertos reunidos en Baeza han seguido dando vueltas
al acto subjetivo e individual de la creación, al estatus del
objeto artístico y sus epígonos documentales, al cubo
blanco y a la caja negra, pero no han sido capaces de proponer una metodología
que nos sirva para entender que cosa es el público, como se forma
en torno a un discurso, como se puede activar, y como se puede plantear
una relación institución-público que no sea vertical,
que permita el antagonismo. Sólo la ministra, que ofreció
la charla si no más interesante sí más polémica,
definió lo que es para ella el público: números,
o sea, votos. Chúpate esa, Habermas. Lo cierto es que hoy por
hoy, cuando nos ubicamos como público de un museo de arte contemporáneo
nos estamos ubicando también dentro de ese esquema de diferenciaciones
que hemos aludido y en algún punto de una jerarquía.
En el caso español los problemas se acentúan, al menos
respecto a lo que consideramos nuestro espacio cultural y modelo, el
mundo occidental. Si partimos de que el arte es un sistema, que incluye
tres momentos, producción distribución y consumo, y que
precisa de diferentes instituciones y agentes para existir, difícilmente
podemos creer que los museos españoles se van a regenerar sin
una regeneración previa de la Universidad, la función
pública, y una variada gama de comportamientos y estructuras
sociales que han sobrevivido incólumes al fin de la Dictadura.
La ministra de cultura lo dejó muy claro, y por el tono del encuentro
parece que los directores de ADACE andan con otras prioridades.
(1)
Asociación de Directores de Arte Contemporáneo de España
(2) Se puede leer una explicación sobre el título del
encuentro en www.unia.es/arteypensamiento.
Para ahorrar espacio no incluiré citas ni explicaciones que se
puedan encontrar en esta WEB.