La ciudad imaginaria
Juan Lorenzo

16.10.03, 19:30 h.

La ciudad es una realidad tan compleja que no puede ser abordada en su totalidad. Es necesario fragmentarla en temas menores para poder llegar a alguna conclusión. Los urbanistas y los sociólogos han desarrollado una infinidad de conceptos para explicar la relación que existe entre las personas y su entorno urbano, pero ninguno consigue trasmitir la experiencia que cada ciudadano tiene de su propia ciudad. Esta se produce de una manera íntima, muy próxima a las fuentes mismas de nuestra conciencia, y en consecuencia resulta casi imposible aislarla en proposiciones racionales. Se habla de la ciudad parque temático, de la ciudad museo, de "gentrification" y de "mindscapes", de la ciudad shopping center, de las edge cities o de la hiper-ciudad, que ha superado los límites geográficos gracias a las tecnologías de comunicación. Pero estas definiciones no se refieren a la ciudad en su conjunto, ni a la totalidad de la experiencia urbana: hablan de capas por las que podemos movernos horizontalmente, como el grupo de turistas que en dos días visita los monumentos y barrios más característicos de París, o que podemos atravesar en un movimiento vertical, de tal manera que combinemos las experiencias propias de cada una. El número de capas, siguiendo con esta metáfora, determinará la profundidad de la ciudad y de las experiencias que podemos obtener de ella. Dicho de otra manera, para ejercer su fascinación Nueva York necesita tanto el Bronx como la Quinta Avenida.

El análisis marxista, en todas sus infinitas variaciones, no alcanza tampoco a darnos una visión satisfactoria. La ciudad, que nace precisamente de la división del trabajo, y que materializa y multiplica las plusvalías, va más allá de las relaciones laborales y económicas que la nutren, como va más allá de los miles de toneladas de cemento, plástico, hierro, piedras y arena, cristal, madera o asfalto, que ordenados en forma de edificios y calles dan como resultado una metrópoli. O más allá del entramado de leyes, normativas, instituciones y servicios públicos que garantizan la habitabilidad. Cada persona se hace una representación en la que se mezclan la ciudad que sufre y de la ciudad que sueña. Y en ella vamos a incluir la representación que nos hacemos de nosotros mismos, con nuestros deseos, miedos, ambiciones, problemas de identidad o lo que sea que nos ocupe la cabeza. Los contenidos fluyen de una representación a otra. Pero lo hacen sin normas. Frente a los sistemas cerrados que tienen capacidad para rellenar nuestra identidad con alguna sustancia, como la religión y las doctrinas políticas radicales, la experiencia urbana nos da los medios pero sin un sistema. Depende de nosotros y del azar la construcción que alcancemos a realizar.

Las dos series de fotografías que presentamos en el Ojo Atómico retratan ciudades. Una Madrid, sólo por los neones de la cruz verde de las farmacias, y la otra de Nueva York. Sin embargo lo que Juan Lorenzo pretende trasmitir no es una experiencia concreta de estas ciudades. No nos encontramos ante una descripción que de alguna manera capte su alma, mida su pulso o dirija nuestra atención a cualquier otro lugar común. Los signos que emplea son insuficientes. Sólo accidentalmente un neoyorquino reconocería el neón con forma de camisa o extraería evocaciones de la taza y el pedazo de pastel que anuncian Square Meals. Con mayor motivo un madrileño: aunque podamos identificar el símbolo de las farmacias no podremos reconstruir un paisaje convencional a partir de la imagen. En estas fotografías Juan está profundizando en la naturaleza misma de la experiencia urbana, tal como la describíamos antes: como representación. Para ello a recurrido a un tratamiento perverso de la fotografía. Ha eliminado su carácter documental y la ha conducido al territorio, subjetivo, del dibujo.

Mediante esta operación, en la que intervienen muy pocos medios materiales, Juan destruye la posibilidad de la descripción. Hace desaparecer el paisaje. Lo único que nos deja para conocer la ciudad son los restos de un lenguaje. La imposibilidad de utilizarlo para lo que suponemos su finalidad, mostrar Nueva York o Madrid, nos devuelve a la reflexión inicial. La naturaleza subjetiva de la experiencia urbana, expresada en el intersticio entre lo que vemos, "Cityscape", y lo que imaginamos, "Mindscape".

Tomás Ruiz-Rivas


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